martes, 15 de abril de 2014

Ella.

"Las personas desean conocer que les tiene deparado el futuro, quizá, por evitar errores e intentar mantener una vida lo más perfecta posible. Amar a la persona adecuada, educar a los hijos de la manera más estricta pero dulce.
Pobres e inocentes ilusos, no saben lo maravillosa que puede ser la vida manteniéndola como un gran misterio.
Este es el gran misterio de dos jóvenes, capaces de sacrificar lo más preciado de uno por el otro."
La maquina de escribir cesó su canto.
La escritora se acicala la melena en busca de algún que otro párrafo que añadir a su obra, pero las ideas no fluyen.
No tardó en levantarse y colocar en el gramófono su disco preferido "Please please me" de The Beatles, todo un clásico.
A pesar de vivir en pleno siglo veintiuno, nuestra joven protagonista siempre vivió en su propio 1950, ignorando todo aquello que no se le asemejase. Un personaje un tanto peculiar.
La melodía inundaba la amplia habitación y un sentimiento de danza invadió todo su cuerpo, cuando quiso darse cuenta estaba bailando al ritmo de la batería de Ringo Starr.

-¡Emma! ¡Emma! - se oyó desde el piso inferior - baja a desayunar, se hace tarde y no vas a llegar al hospital a tiempo.
La joven apagó el gramófono, se puso los zapatos y bajó con alegría típico en ella.
Emma era alta, delgada; pero no demasiado, pelirroja teñida; había obtenido el 
permiso de su madre cuando consiguió su primer empleo, ojos miel con incrustaciones verdes, labios finos; adornados por su carmín rojo preferido.
Emma trabajaba en "Rock N' Mercury"; una pequeña tienda de música situada al sur de Beverly Hills, el dueño: Frank Gold era amigo íntimo de su familia, así que no hubo ningún problema en que ella obtuviera el puesto.
De vez en cuando, Emma visitaba el hospital, generalmente la zona de los niños. Su hermana Lizzie falleció a causa de un tumor, y desde aquel momento, una parte de ella sintió que la necesitaban allí.
Se oyeron fuertes pisotones por las escaleras y Marla; la mascota de la familia corrió a esconderse tras las piernas de la Sra. Brown.
La Sra. Brown era una mujer alta, esbelta, con una amplia sonrisa, castaña y ojos verdes. Vestía un chándal y delantal.
Emma bajó casi sin respiración y empezó a devorar las tostadas como si no hubiera mañana.
-Emma Alexandra Brown, come como un ser humano, no como un animal - protestó Catherine.
Sin hacer el mínimo esfuerzo por complacer a su madre, Emma besó la mejilla dejando restos de pan y algo de carmín.
-Adiós mamá ¡sabes que te quiero!
Se cerró la puerta de una manera brutal, esta vez, Marla acabó en un hueco tras las escaleras.
- A veces pienso que la única que aun me hace caso eres tu mi querida gata - rió la Sra. Brown.

Emma pedaleaba con ganas hasta que poco a poco su casa quedó en la lejanía.
Su imaginación era potente, sobre todo cuando entraba en contacto con el exterior, podía imaginar miles de historias de una vez, pero jamás podía ponerlas a punta de tinta, puede que fuese creativa, pero no tenía mucha memoria.
Emma vivía en un buen barrio, con vegetación por doquier y mucha seguridad, nunca había ocurrido ningún tipo de robo o accidente.
Las casas eran grandes, de dos pisos, con fachadas blancas, tejados negros y una gran puerta de madera, sin olvidarnos de las verjas metálicas de los amplios jardines.

El hospital "Saint Paul" estaba cada vez más cerca, cesó el pedaleo y por un momento se dejó llevar. Su vestido bailaba al son del viento y sus brazos se encontraban en posición "Titanic", se sentía viva.

Llegó al hospital; un edificio alto y moderno con ventanales amplios y una gran puerta de cristal.
 Nancy; la enfermera jefe, la esperaba en la puerta con un aire de enfado, le echó la reprimenda de cada día a la misma hora.
- Creo que sabes perfectamente lo que te voy a decir Brown, pero no voy a malgastar mi tiempo repitiéndolo - señaló Nancy mientras que, con paso ligero se aproximaba a recepción - Aquí tienes el número de la habitación que te toca hoy.
Emma cogió con ansia el expediente, pero su alegría se esfumó al descubrir que no se trataba de un niño.
- Se llama Frederic Dupree, tiene unos diecisiete años aproximadamente, no hay señales de ningún tipo de tumor o por el estilo, es un chico bastante sano la verdad, se aloja en la 506, quinto piso - explicó la enfermera mientras empujaba a Emma hacia el ascensor.
- Entonces ¿qué hace él aquí? - preguntó confusa Emma.
- Ha tratado de suicidarse.
Las puertas del ascensor se cerraron indicando el piso quinto.

A medida que el ascensor  iba subiendo el corazón de Emma se iba acelerando, jamás se había encontrado ante ese tipo de situaciones, tenía miedo. Por el camino conversó con varios pacientes y empleados que, de vez en cuando, se subían en el ascensor, pero al llegar al quinto piso se encontraba completamente sola.
Se encaminó hacia la habitación con paso ágil y sereno, antes de entrar por la puerta tuvo que meditar varias veces las palabras que quería dirigirle a la figura que se encontraba en la habitación.
Respiró. Y se adentró dentro del pequeño cuarto.
Encontró observando por la ventana, en una posición encorvada, a la mismísima amargura personificada.


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