miércoles, 30 de abril de 2014

Volcano irradia ira.

Nancy golpea con fuerza la puerta sorprendiendo al paciente de la habitación 506.
- Frederic, tienes visita.
El joven se levantó y observó que aparecía por la puerta la misma mirada llena de ternura que tiempo atrás le había ayudado a ver el mundo con más colores aparte del blanco y negro. Se trataba de Emma.
- ¡Hola Frederic! - sonrió - me alegro de verte, te he traído unos cupcakes, o como los llama mi abuela "las magdalenas de toda la vida."
Nancy abandonó a la pareja mientras tomaban asiento en la cama y probaban el postre. Los cupcakes estaban deliciosos, decorados con glaseado de colores, dando una imagen aun más apetitosa.
- Has tardado mucho en volver, creía que me habías olvidado... - intervino Freddie en mitad de la degustación.
Bajó la mirada y se rozó sus antiguas heridas de guerra. Emma cogió su mano.
- Lo siento mucho, de verdad - trató de disculparse Emma - he tenido una agenda muy apretada, no tenía tiempo ni para respirar.
- Pero si para darte un repaso a tu melena de fuego.
Ella golpeó el hombro en señal de mosqueo, pero se palpaba humor en su gesto. Rieron.
Pasaron las horas y ya era tiempo de regresar, al haber empezado las clases, Emma tenía que regresar pronto a su casa.
Se despidieron, no sin antes haberse fundido en un abrazo que para ellos fue rápido, pero para los enfermeros de turno eterno. Freddie tenía que ir a cenar antes de las diez, más de una vez no había podido probar bocado debido a su mala relación entre los relojes y él.

Tras la cena, Frederic volvió a su habitación, con bolígrafo a mano comenzó a redactar una carta:
"Querido Yo:
Cada vez me siento más alejado del pozo oscuro que es mi vida, empiezo a pensar, que la vida tiene más colores, olores y formas aparte del blanco y negro, la película de mi vida parece que empieza a mejorar. Me siento feliz y todo gracias a Ella.
Verás Yo, Ella es la dulzura personificada, es como si estuviese hecha con algodón de azúcar o a partir de las nubes, me ha hecho ver que la vida no es tan oscura y pesimista como yo creía.
Es maravillosa, tengo que serte sincero amigo, creo que algo en mi interior empieza a manifestarse, algo que creía olvidado. Creo que empiezo a volver a sentir y todo gracias a la chica del pelo de fuego.

Te seguiré narrando, hasta entonces recuerda: mantente alejado de los objetos afilados.

Un saludo.
                           Yo 


El contacto de las sábanas provoca que Emma caiga rápidamente en un inquietante sueño:
"La ciudad más hermosa que jamás haya podido existir es su hogar, las columnas blancas decoran y sujetan los diferentes monumentos que constituyen la ciudad.
Las gentes caminan sonrientes, el laurel y las túnicas blancas con adornos dorados es la última moda en aquel remoto lugar.
Una gran estatua es el centro de atención en la gran plaza, se trata de un hombre alto, robusto, con expresión dura y una gran nariz que daba un toque cómico al rostro, se trataba del César, la máxima autoridad romana, pero tenía un aire familiar.
Emma camina tranquilamente observando y palpando cada movimiento bajo sus pies, como si pudiese percibir cada pisada o cada movimiento de cada una de las personas que se encontraban en aquel lugar.
Un joven alto, de rasgos faciales atractivos y pelo negro como el carbón la coje de la cintura indicando que se girase hacia su posición. Se trataba de Frederic.
Él la mira, ella responde con una suave caricia, se acerca y nota su aliento sobre sus labios.
Un fuerte temblor interrumpe la escena de la pareja. El suelo comienza ha abrirse bajo sus pies, las columnas se resquebrajan, las gentes gritan y huyen aterrorizadas hacia ninguna parte. 
El dios Volcano había despertado de su largo sueño, y estaba muy enfadado, tanto, que empezó a escupir bolas de fuego a la hermosa ciudad sembrando el caos, sembrando el terror en el lugar donde, hace algún tiempo reinó el amor y la paz. Pompeya se estaba muriendo.

Entre gritos y sudores Ella se despertó, el corazón de Emma latía con fuerza y miraba a su alrededor; estaba en su habitación decorada con un estilo que recordaba a los años 50, estaba sana y salva, segura de los peligros de la ciudad de Pompeya.
Aquella mañana no devoró el desayuno como de costumbre, eso preocupó a Catherine.
- Emma, tesoro, deberías de comer un poco más - insistió su madre - ¿no habrás vuelto a tener aquellas horribles pesadillas verdad?
Por un momento dudó en narrar lo que había visto, desde siempre, Emma había interpretado sus sueños y nunca (por ahora) se habían equivocado.
- No mamá, hoy no tengo mucha hambre, ayer Frederic y yo comimos muchos dulces y aun sigo con el estómago lleno - añadió la joven - no te preocupes.
Dejando la marca rojiza de su pintalabios en la mejilla de su madre, Emma puso rumbo al instituto, tratando de no darle más vueltas innecesarias a esa pesadilla.
El día fue como cualquier otro: dos horas de Historia del Arte por las mañanas, visita a los laboratorios antes del almuerzo, alguna que otra discusión con las personas que iban subidas de tono con otros alumnos y el cigarro típico de las tres en punto frente a la fachada principal. Un día como otro cualquiera.
Emma deseaba irse a casa y meditar, meditar sobre su sueño y tratar de plasmarlo en su novela, quizás, esoe daría un toque misterioso.
- ¡Espera E! - se oyó a lo lejos.
Ella se giró, para su sorpresa se trataba de Tom; llevaban sin verse todo el día, puesto que Tom comparte muy pocas clases con 
Emma.
- Tom, llevo algo de prisa, hablamos mañana ¿vale? - trató de explicarse de la manera más tierna posible Emma.
- ¿Hoy también debes ir al hospital? Si quieres te acompaño, no es ninguna molestia - dijo sonriente Tom mientras colocaba su bici junto a la de Emma - Además, no quiero ir a casa, el ambiente que hay allí me consume por dentro, venga te reto a una carrera hasta el puente.
No hubo más remedio que aceptar el reto y comenzar a pedalear, de vez en cuando Emma iba encabezando la carrera, otras veces era Tom. El reto finalizó proclamando a Tom campeón.
- Que conste has ganado porque hoy llevo vestido - añadió Emma con cierto tono de cansancio.
- Excusas baratas Srta. Brown - rió Tom - rápido, te acompaño y nos vamos, este lugar me da escalofríos.
El ascensor indicó el piso quinto y Emma entró rápidamente por la  estrecha puerta de la habitación abrazando (esta vez con menos entusiasmo) a Frederic, quién se quedó mudo al ver a Tom.
Lo último que se recuerda de ese día es a un joven tratando de estrangular a un paciente, gritando "¡eres un hijo de puta!" Y golpeándole con fuerza en el rostro.
Hizo falta más de cuatro enfermeros para separarles. Ella lloraba amargamente escondida en una de las esquinas de la habitación 506.

Una sensación extraña, como fuego, recorrió todo su cuerpo. Sin pensarlo dos veces agarró con fuerza el brazo de Emma y la sacó con ira fuera de su habitación, ella cayó al suelo con las lágrimas brotando sin cesar de su rostro y con la marca de los dedos del joven en su brazo. Ella trataba de ocultarlos.
Él gritaba con fuerza que se marchase, que no quería verla nunca más, había traído de nuevo la amargura a su vida y sentía ganas de desaparecer otra vez. La llamaba mal nacida y otras palabras que se clavaban como cuchillos en el corazón de la chica cuya mirada era penetrante.

Cuando Emma se hubo secado sus hermosos ojos la puerta ya se había cerrado, la pregunta era ¿para siempre?


Comenzó a meditar sobre su sueño ¿había acaso despertado la ira del dios Volcano?

martes, 22 de abril de 2014

Fin de las vacaciones.

Volviendo la vista a Beverly Hills nos encontramos en la casa de los Brown, todo marcha como siempre: Catherine encarágandose de las labores del hogar, Marla cazando moscas y Emma, nuestra querida protagonista centrada en su novela.
No pisaba la calle desde hacía tiempo, su bicicleta empezaba a acumular polvo, ignoraba las llamadas telefónica y solo salía de su cuarto para encargar una pizza.
- "No se como continuar" - se decía para si misma - "llevo atascada más de un mes."
Se lamentaba de su falta de inspiración, pero como se solía decir,  al tiempo hay que darle tiempo.
La puerta se entornó y para su sorpresa apareció Charlotte, su mejor amiga, mejor dicho, su alma gemela.
Charlotte era alta, morena, unos enormes ojos marrones daban la pincelada final creando una figura femenina muy atractiva para la vista masculina, pero todo el mundo sabía que su orientación sexual era diferente. Era muy inteligente, jamás había bajado del sobresaliente, pero era muy dura con las personas que no le transmitían confianza. Era amiga de Emma desde hace más de cuatro años.
- Aquí huele a cloaca Emma - dijo Charlotte mientras dejaba con total libertad sus botas en el suelo - existe un verbo de la primera conjugación denominado "Ventilar" ¿te suena cariño?
- Tú y tu sarcasmo, siempre tan puntual.
Emma se levantó envolviendo con sus brazos a su amiga. Se sentaron y charlaron. Charlotte puso a Emma al día en cuestión de sus vacaciones, le contó que había estado en Francia, degustando la gastronomía típica del país y callejeando por la ciudad del amor: París.
Emma le contó que estaba trabajando en una nueva novela y que estuvo de voluntaria en varios hospitales, fue a la playa e hizo turismo por aquella zona.
- Conocí a un paciente del hospital C - narraba Emma - tuvo un percance relacionado con abandonar este mundo, ya me entiendes.
Charlotte se frotaba los ojos con sorpresa.
- ¡Qué me dices! Vaya vacaciones más entretenidas has tenido entonces.
 - Y que lo digas, pero te he echado mucho de menos ¡ya sabes que yo no puedo vivir sin ti!
Un abrazo selló la conversación. Emma invitó a Charlotte a comer, pasaron la tarde juntas entre risas, fotografías y discos y discos de Queen y Bon Jovi. Cayó la noche y era hora de que cada una tirase por su cuenta.
- Bueno mi amor - dijo Charlotte abrazando con infinita ternura a su amiga - te veo mañana en clase y no te olvides de traerme lo que lleves escrito, que ya sabes que me encanta como te expresas.

Aquella noche Emma daba vueltas y vueltas en la cama, en sus sueños veía a Frederic con las muñecas llenas de heridas, triste y solo, no podía acercarse a él, parecía como si cada paso que diese lo alejara más de él, eso le angustiaba, le carcomía por dentro. 

Era de esperar que aquella mañana Emma despertara con ojeras y entre bostezo y bostezo devorara el desayuno, como era de costumbre. Al terminar cogió todo lo necesario y se encaminó hacia el infierno con paredes, o mejor dicho: el instituto West Milano.
En la entrada estaba Charlotte, esperándola y fumando su cigarro mañanero. Todo estaba exactamente igual que hacía tres meses, nada había cambiado.
Los profesores dieron una hora libre para que los alumnos contasen sus aventuras veraniegas, los reinos estaban estructurados y mentalizados igual que siempre, que tristeza (eso era lo que sentía Emma). 
Ante la puerta se presentó un joven desconocido para todos, un adolescente que tendría que decidir en que reino quería estar y eso no es cosa fácil, se encontraba en juego su reputación.

C se giró y con tono sarcástico añadió:
- Vaya, fíjate en ese, tiembla más que un pollo a las puertas de un matadero.
- Pobre.. No sabe que hacer.
Emma se levantó y con la alegría típica que desprendía se le acercó.
-Hola desconocido, me llamo Emma, bienvenido al instituto West Milano.
El chico bajó la cabeza y se miró los pies, que chocaban el uno con el otro sin parar.
Emma se giró como signo de ayuda, Charlotte le animó a continuar la conversación.
- Oye mira, no hay que tener miedo, al fin y al cabo solo somos un par de huesos y algo de piel.
El tembloroso chico comenzó a levantar la cabeza hasta que finalmente la miró fijamente.
- Empezaré de nuevo, hola, me llamo Emma ¿y tú?
-Tom - dijo con voz suave - me llamo Tom Winson.
Ella sonrió y cogiéndole de la mano le condujo hasta Charlotte, quien le dio un abrazo en señal de bienvenida.
- Aquí vas a estar mejor que en ninguna parte Tommy ¿te puedo llamar así? En cualquier caso te acostumbrarás.
Tom sonrió ante el sarcasmo de C. Estuvieron todo el día hablando, descubriendo lo que le aficionaba a uno o le repudiaba al otro. 
Emma y Charlotte advirtieron al joven de varias "ratas escolares."
- Son como veneno, ni te acerques.
Al fin sonó el timbre de la libertad, es decir, el timbre que indicaba el fin de las clases.
- Bueno Tom, un placer conocerte - dijo Emma - Nos vemos mañana.
- Espera ¿te apetece ir a tomar un batido al Korova Milk Bar? - preguntó en tono vergonzoso - cómo se que te gusta "La Naranja Mecánica" y ese bar está ambientado en esa película pues..
- Lo siento Tom, pero tengo que rechazar tu oferta - añadió Emma - tengo que ir a ver a un amigo.
Y sin más, Emma fue por un lado y Tom por otro, él suspiró viendo como ella desaparecía en el horizonte.


Notó como un brazo le rodeaba por el cuello, era Charlotte, quien expulsó el humo de su última calada sobre él provocando una tos que se prolongó bastante.

-Veo que el niño nuevo se ha enamorado de la pequeña pelirroja teñida – observó C mientras se encendía otro cigarro – oye, pero a mí no me vendría nada mal ir al bar ese del que hablas. Venga invito yo.

Tom no tuvo más remedio que aceptar la oferta de la chica de los cigarros infinitos.
El Korova Milk Bar se encontraba situado en el centro de la ciudad, sus grandes letreros en neon animaban a cualquier transeúnte a entrar al enigmático lugar.
Efectivamente, el lugar estaba ambientado en la legendaria película, dirigida por Stanley Kubrick, ``La Naranja Mecánica´´, las paredes eran blancas, tanto que cegaban los ojos, el suelo era de mármol, pero se encontraba mayormente ocultado bajo alfombras de terciopelo blanco. En las paredes colgaban diferentes escenas de la película, como por ejemplo el famoso cuarteto cuyo líder era Alex DeLarge, o el momento en el que sus parpados se someten a una prueba para superar la ultraviolencia que tanto amaba el protagonista. Era un bar muy parecido, un gran logro por parte del dueño.
Charlotte y Tom pidieron dos vasos grandes de leche plus. Como allí estaba permitido fumar tanto como quisieses, C aprovecho y fumó como si no hubiese mañana, una situación muy molesta para Tom.

Hablaron. 

Entre sorbo y sorbo y las palabras de C, Tom intentaba resolver el rompecabezas que se había presentado en su interior.

jueves, 17 de abril de 2014

Él.

Tristeza, amargura, sufrimiento, dolor, era lo que se palpaba en el ambiente cuando se entraba en la habitación 506. 
Las blancas paredes y el suelo de mármol reflejaban la luz del sol, cualquiera que estuviera delante de la puerta pensaría que era el camino al mismo paraíso.
Frente a la ventana, en una silla de ruedas, se encontraba un joven con las muñecas vendadas y la mirada perdida y hundida.
Era alto, pelo negro azabache, ojos oscuros; como espejos y la boca pequeña, en su conjunto daba lugar a un personaje muy atractivo.
El pensamiento sombrío del joven se vio interrumpido por un suave gesto sobre su hombro. Ni si quiera se inmutó ante la presencia de una joven de faldas rojas que transmitía amor y alegría con su mirada.
- Hola Frederic, me llamo Emma Brown, vengo a pasar la mañana contigo  - dijo Emma mientras tomaba asiento frente a él.
Frederic desvió la mirada.
Ella tomó su mano.
- Se que tu situación no es fácil, por eso estoy aquí, para intentar que sea más amena.
El joven retiró con sumo desprecio su mano.
- Tu no entiendes nada, no entiendes  el dolor que siento, no entiendes lo que es despertarse y llorar, llorar porque esa noche no has desaparecido de este repugnante lugar al que llaman mundo. Estoy podrido, muerto por dentro y no he saltado por esa ventana porque me vigilan las veinticuatro horas del día. No puedo ni ir al baño sin cerrar la puerta, no puedo hacer nada por mi propia cuenta.
Se tocó el vendaje.
- Estaba tan cerca, tan cerca de alcanzar el descanso eterno.
Emma tenía el corazón en la garganta, estaba sorprendida, sorprendida porque había conocido al dolor personificado, el sufrimiento que sentía le había tocado el alma. Sintió ganas de llorar.

Se hizo un silencio incómodo, él callaba y la miraba, ella trataba de encontrar cobijo en sí misma ante tal situación. 

- Se acabó - dijo con firmeza Emma mientras se levantaba - te voy a enseñar.
- ¿A qué te refieres? ¿Enseñar el que? - preguntó sorprendido Frederic.
- Te voy a enseñar a vivir - señaló la joven mientras tomaba de las manos y levantaba a Frederic de la silla de ruedas.

Saliendo de la habitación, los jóvenes subieron varios tramos de escaleras, esquivando a las enfermeras de turno y a los encargados de vigilar cada planta. Al llegar a una gran puerta metálica se detuvieron.
- ¿Qué hacemos aquí? ¿Estas loca? Se nos va a caer el pelo como nos vean aquí.
- Calla solo un momento, ya casi está - exclamó Emma mientras empujaba con fuerza la puerta - ¡Ya está! ¡Rápido pasa!
Llegaron a la azotea del hospital, desde allí se veían vistas impresionantes, los pájaros surcando el cielo, un paseo solo de árboles que cogía dos calles enteras. Era maravilloso.
- Emma ¿qué hacemos aquí? - insistió Frederic.
Emma preparó su mp3, de su bolso cogió unos altavoces inalámbricos y los colocó en el poyete.
El ambiente se vio inundado por una melodía, especificando, "Pompeii" del grupo Bastille. Se levantó una suave brisa.
Ella subió al poyete y animó a Frederic a subirse con ella, al principió se negó, era una completa locura, pero al final cedió ante la sonrisa de Emma y le cogió la mano.

Se quedaron los dos, a un paso del suicidio, viviendo una locura pura y dura. En un mometo determinado ella extendió los brazos y cerró los ojos.
- "But if you close your eyes.." 
Él la miraba sorprendido, se preguntaba una y otra vez el porque estaba allí, debería de estar en su habitación repudiando a todos, como siempre había hecho.
- ¿Pero a que esperas? - preguntó Emma interrumpiendo el mecanismo de la mente del joven - Vamos, abre los brazos y cierra los ojos.
Frederic lo hizo, no se sabe como, se dice que sintió compasión ante el entusiasmo de la joven. Pero la verdadera locura realmente comenzó cuando en su rostro apareció una sonrisa y comenzó a danzar siguiendo el ritmo de la canción.
- Te lo dije, la musica ayuda a olvidar los problemas, aunque sea por unos segundos - dijo sonriendo Emma clavando su mirada llena de ternura en el joven.

Empezó a imitar su danza y rieron, rieron, cantaron y bailaron, experimentando la felicidad y la libertad mínimamente dejándose llevar. Eran felices.
Pero todo acaba, en este caso acabó con una reprimenda de Nancy, que llevaba más de dos horas junto con los encargados de turno buscando a Frederic. Ordenó a Emma que se marchase y que por nada del mundo regresase al día siguiente tarde, ya que tenía que cuidar a cinco niños de la tercera planta recién ingresados.

Emma acompañó a Frederic a su cuarto, antes de marcharse le prometió que volvería pronto y que disfrutarían como lo habían hecho en ese día.
Él se sentó en la silla, tan familiar para él, dando la espalda a la adolescente.
- Lo estoy deseando.
Y ella abandonó su habitación.

Mientras la joven volvía a su hogar feliz de haber podido ayudar mediante la música a una persona que realmente lo necesitaba su teléfono comenzó a vibrar, Emma detuvo su bicicleta frente al buzon de una casa desconocida para ella.
- ¿Si? – preguntó Emma mientras colocaba el móvil cerca de su oreja agujereada por numerosos pendientes.
- ¡Hola Brown! – se oyó tras el aparato electrónico – ya veo que te has olvidado de tu querido y apuesto jefe.
¡Qué sorpresa Frank! – se alegró Emma, una gran sonrisa se dibujó en su rostro - ¿Ocurre algo? Te recuerdo que me distes vacaciones hasta después de empezar de nuevo con mis estudios.
-  Para ti soy el Sr. Gold – contestó en tono irónico el hombre –  ya sé que te dije que estabas de vacaciones pero.. Necesito que vengas a la tienda ahora mismo, necesito tu ayuda.
- ¿Ocurre algo? – preguntó con cierta preocupación la joven del pelo en llamas.
Frank Gold explicó que habían llegado a la tienda doscientas copias del último disco de Paul Mccartney; el legendario Beatle, y que necesitaba su ayuda para colocarlos todos, puesto que el Sr. Gold ya tenía cierta edad.
Sin pensarlo dos veces, Emma se dirigió hacia el ``Rock N Mercury´´; su segundo hogar: una pequeña tienda situada a doscientos pasos de la playa, con alegres posters y camisetas de famosos iconos musicales de aquellos maravillosos tiempos en los que la música era ``de calidad´´, de paredes verdes y toldos anaranjados. Era una tienda encantadora.
Su dueño se parecía mucho al legendario vocalista de Queen: Freddie Mercury, pero con un par de kilos encima, de ahí el nombre de su negocio. Frank era un hombre alto, con barriga cervecera, ojos castaños y cejas pobladas de infinitas canas, un adorable bigote negro como el carbón dormía sobre su labio superior. Un gran tatuaje de un lobo blanco con siete rosas rojas decoraba su amplia espalda Era un hombre muy agradable.
Desde que el sol decidió esconder sus majestuosos rayos anaranjados hasta que aparecieron los primeros indicios de una noche de luna llena, Frank y Emma estuvieron trabajando y charlando sobre música, planes de futuro y demás. Pero el Sr. Gold presenció mayor felicidad en el rostro de Emma cuando comenzó a hablar de un chico con el corazón apesumbrado y las muñecas vendadas.
-No me lo puedo creer Brown – dijo Frank apoyando sus enormes y fornidas manos sobre su mesa de cuentas – Te has enamorado, y mucho por lo que puedo observar.

Emma se sonrojó y negó lo innegable. 

martes, 15 de abril de 2014

Ella.

"Las personas desean conocer que les tiene deparado el futuro, quizá, por evitar errores e intentar mantener una vida lo más perfecta posible. Amar a la persona adecuada, educar a los hijos de la manera más estricta pero dulce.
Pobres e inocentes ilusos, no saben lo maravillosa que puede ser la vida manteniéndola como un gran misterio.
Este es el gran misterio de dos jóvenes, capaces de sacrificar lo más preciado de uno por el otro."
La maquina de escribir cesó su canto.
La escritora se acicala la melena en busca de algún que otro párrafo que añadir a su obra, pero las ideas no fluyen.
No tardó en levantarse y colocar en el gramófono su disco preferido "Please please me" de The Beatles, todo un clásico.
A pesar de vivir en pleno siglo veintiuno, nuestra joven protagonista siempre vivió en su propio 1950, ignorando todo aquello que no se le asemejase. Un personaje un tanto peculiar.
La melodía inundaba la amplia habitación y un sentimiento de danza invadió todo su cuerpo, cuando quiso darse cuenta estaba bailando al ritmo de la batería de Ringo Starr.

-¡Emma! ¡Emma! - se oyó desde el piso inferior - baja a desayunar, se hace tarde y no vas a llegar al hospital a tiempo.
La joven apagó el gramófono, se puso los zapatos y bajó con alegría típico en ella.
Emma era alta, delgada; pero no demasiado, pelirroja teñida; había obtenido el 
permiso de su madre cuando consiguió su primer empleo, ojos miel con incrustaciones verdes, labios finos; adornados por su carmín rojo preferido.
Emma trabajaba en "Rock N' Mercury"; una pequeña tienda de música situada al sur de Beverly Hills, el dueño: Frank Gold era amigo íntimo de su familia, así que no hubo ningún problema en que ella obtuviera el puesto.
De vez en cuando, Emma visitaba el hospital, generalmente la zona de los niños. Su hermana Lizzie falleció a causa de un tumor, y desde aquel momento, una parte de ella sintió que la necesitaban allí.
Se oyeron fuertes pisotones por las escaleras y Marla; la mascota de la familia corrió a esconderse tras las piernas de la Sra. Brown.
La Sra. Brown era una mujer alta, esbelta, con una amplia sonrisa, castaña y ojos verdes. Vestía un chándal y delantal.
Emma bajó casi sin respiración y empezó a devorar las tostadas como si no hubiera mañana.
-Emma Alexandra Brown, come como un ser humano, no como un animal - protestó Catherine.
Sin hacer el mínimo esfuerzo por complacer a su madre, Emma besó la mejilla dejando restos de pan y algo de carmín.
-Adiós mamá ¡sabes que te quiero!
Se cerró la puerta de una manera brutal, esta vez, Marla acabó en un hueco tras las escaleras.
- A veces pienso que la única que aun me hace caso eres tu mi querida gata - rió la Sra. Brown.

Emma pedaleaba con ganas hasta que poco a poco su casa quedó en la lejanía.
Su imaginación era potente, sobre todo cuando entraba en contacto con el exterior, podía imaginar miles de historias de una vez, pero jamás podía ponerlas a punta de tinta, puede que fuese creativa, pero no tenía mucha memoria.
Emma vivía en un buen barrio, con vegetación por doquier y mucha seguridad, nunca había ocurrido ningún tipo de robo o accidente.
Las casas eran grandes, de dos pisos, con fachadas blancas, tejados negros y una gran puerta de madera, sin olvidarnos de las verjas metálicas de los amplios jardines.

El hospital "Saint Paul" estaba cada vez más cerca, cesó el pedaleo y por un momento se dejó llevar. Su vestido bailaba al son del viento y sus brazos se encontraban en posición "Titanic", se sentía viva.

Llegó al hospital; un edificio alto y moderno con ventanales amplios y una gran puerta de cristal.
 Nancy; la enfermera jefe, la esperaba en la puerta con un aire de enfado, le echó la reprimenda de cada día a la misma hora.
- Creo que sabes perfectamente lo que te voy a decir Brown, pero no voy a malgastar mi tiempo repitiéndolo - señaló Nancy mientras que, con paso ligero se aproximaba a recepción - Aquí tienes el número de la habitación que te toca hoy.
Emma cogió con ansia el expediente, pero su alegría se esfumó al descubrir que no se trataba de un niño.
- Se llama Frederic Dupree, tiene unos diecisiete años aproximadamente, no hay señales de ningún tipo de tumor o por el estilo, es un chico bastante sano la verdad, se aloja en la 506, quinto piso - explicó la enfermera mientras empujaba a Emma hacia el ascensor.
- Entonces ¿qué hace él aquí? - preguntó confusa Emma.
- Ha tratado de suicidarse.
Las puertas del ascensor se cerraron indicando el piso quinto.

A medida que el ascensor  iba subiendo el corazón de Emma se iba acelerando, jamás se había encontrado ante ese tipo de situaciones, tenía miedo. Por el camino conversó con varios pacientes y empleados que, de vez en cuando, se subían en el ascensor, pero al llegar al quinto piso se encontraba completamente sola.
Se encaminó hacia la habitación con paso ágil y sereno, antes de entrar por la puerta tuvo que meditar varias veces las palabras que quería dirigirle a la figura que se encontraba en la habitación.
Respiró. Y se adentró dentro del pequeño cuarto.
Encontró observando por la ventana, en una posición encorvada, a la mismísima amargura personificada.