jueves, 17 de abril de 2014

Él.

Tristeza, amargura, sufrimiento, dolor, era lo que se palpaba en el ambiente cuando se entraba en la habitación 506. 
Las blancas paredes y el suelo de mármol reflejaban la luz del sol, cualquiera que estuviera delante de la puerta pensaría que era el camino al mismo paraíso.
Frente a la ventana, en una silla de ruedas, se encontraba un joven con las muñecas vendadas y la mirada perdida y hundida.
Era alto, pelo negro azabache, ojos oscuros; como espejos y la boca pequeña, en su conjunto daba lugar a un personaje muy atractivo.
El pensamiento sombrío del joven se vio interrumpido por un suave gesto sobre su hombro. Ni si quiera se inmutó ante la presencia de una joven de faldas rojas que transmitía amor y alegría con su mirada.
- Hola Frederic, me llamo Emma Brown, vengo a pasar la mañana contigo  - dijo Emma mientras tomaba asiento frente a él.
Frederic desvió la mirada.
Ella tomó su mano.
- Se que tu situación no es fácil, por eso estoy aquí, para intentar que sea más amena.
El joven retiró con sumo desprecio su mano.
- Tu no entiendes nada, no entiendes  el dolor que siento, no entiendes lo que es despertarse y llorar, llorar porque esa noche no has desaparecido de este repugnante lugar al que llaman mundo. Estoy podrido, muerto por dentro y no he saltado por esa ventana porque me vigilan las veinticuatro horas del día. No puedo ni ir al baño sin cerrar la puerta, no puedo hacer nada por mi propia cuenta.
Se tocó el vendaje.
- Estaba tan cerca, tan cerca de alcanzar el descanso eterno.
Emma tenía el corazón en la garganta, estaba sorprendida, sorprendida porque había conocido al dolor personificado, el sufrimiento que sentía le había tocado el alma. Sintió ganas de llorar.

Se hizo un silencio incómodo, él callaba y la miraba, ella trataba de encontrar cobijo en sí misma ante tal situación. 

- Se acabó - dijo con firmeza Emma mientras se levantaba - te voy a enseñar.
- ¿A qué te refieres? ¿Enseñar el que? - preguntó sorprendido Frederic.
- Te voy a enseñar a vivir - señaló la joven mientras tomaba de las manos y levantaba a Frederic de la silla de ruedas.

Saliendo de la habitación, los jóvenes subieron varios tramos de escaleras, esquivando a las enfermeras de turno y a los encargados de vigilar cada planta. Al llegar a una gran puerta metálica se detuvieron.
- ¿Qué hacemos aquí? ¿Estas loca? Se nos va a caer el pelo como nos vean aquí.
- Calla solo un momento, ya casi está - exclamó Emma mientras empujaba con fuerza la puerta - ¡Ya está! ¡Rápido pasa!
Llegaron a la azotea del hospital, desde allí se veían vistas impresionantes, los pájaros surcando el cielo, un paseo solo de árboles que cogía dos calles enteras. Era maravilloso.
- Emma ¿qué hacemos aquí? - insistió Frederic.
Emma preparó su mp3, de su bolso cogió unos altavoces inalámbricos y los colocó en el poyete.
El ambiente se vio inundado por una melodía, especificando, "Pompeii" del grupo Bastille. Se levantó una suave brisa.
Ella subió al poyete y animó a Frederic a subirse con ella, al principió se negó, era una completa locura, pero al final cedió ante la sonrisa de Emma y le cogió la mano.

Se quedaron los dos, a un paso del suicidio, viviendo una locura pura y dura. En un mometo determinado ella extendió los brazos y cerró los ojos.
- "But if you close your eyes.." 
Él la miraba sorprendido, se preguntaba una y otra vez el porque estaba allí, debería de estar en su habitación repudiando a todos, como siempre había hecho.
- ¿Pero a que esperas? - preguntó Emma interrumpiendo el mecanismo de la mente del joven - Vamos, abre los brazos y cierra los ojos.
Frederic lo hizo, no se sabe como, se dice que sintió compasión ante el entusiasmo de la joven. Pero la verdadera locura realmente comenzó cuando en su rostro apareció una sonrisa y comenzó a danzar siguiendo el ritmo de la canción.
- Te lo dije, la musica ayuda a olvidar los problemas, aunque sea por unos segundos - dijo sonriendo Emma clavando su mirada llena de ternura en el joven.

Empezó a imitar su danza y rieron, rieron, cantaron y bailaron, experimentando la felicidad y la libertad mínimamente dejándose llevar. Eran felices.
Pero todo acaba, en este caso acabó con una reprimenda de Nancy, que llevaba más de dos horas junto con los encargados de turno buscando a Frederic. Ordenó a Emma que se marchase y que por nada del mundo regresase al día siguiente tarde, ya que tenía que cuidar a cinco niños de la tercera planta recién ingresados.

Emma acompañó a Frederic a su cuarto, antes de marcharse le prometió que volvería pronto y que disfrutarían como lo habían hecho en ese día.
Él se sentó en la silla, tan familiar para él, dando la espalda a la adolescente.
- Lo estoy deseando.
Y ella abandonó su habitación.

Mientras la joven volvía a su hogar feliz de haber podido ayudar mediante la música a una persona que realmente lo necesitaba su teléfono comenzó a vibrar, Emma detuvo su bicicleta frente al buzon de una casa desconocida para ella.
- ¿Si? – preguntó Emma mientras colocaba el móvil cerca de su oreja agujereada por numerosos pendientes.
- ¡Hola Brown! – se oyó tras el aparato electrónico – ya veo que te has olvidado de tu querido y apuesto jefe.
¡Qué sorpresa Frank! – se alegró Emma, una gran sonrisa se dibujó en su rostro - ¿Ocurre algo? Te recuerdo que me distes vacaciones hasta después de empezar de nuevo con mis estudios.
-  Para ti soy el Sr. Gold – contestó en tono irónico el hombre –  ya sé que te dije que estabas de vacaciones pero.. Necesito que vengas a la tienda ahora mismo, necesito tu ayuda.
- ¿Ocurre algo? – preguntó con cierta preocupación la joven del pelo en llamas.
Frank Gold explicó que habían llegado a la tienda doscientas copias del último disco de Paul Mccartney; el legendario Beatle, y que necesitaba su ayuda para colocarlos todos, puesto que el Sr. Gold ya tenía cierta edad.
Sin pensarlo dos veces, Emma se dirigió hacia el ``Rock N Mercury´´; su segundo hogar: una pequeña tienda situada a doscientos pasos de la playa, con alegres posters y camisetas de famosos iconos musicales de aquellos maravillosos tiempos en los que la música era ``de calidad´´, de paredes verdes y toldos anaranjados. Era una tienda encantadora.
Su dueño se parecía mucho al legendario vocalista de Queen: Freddie Mercury, pero con un par de kilos encima, de ahí el nombre de su negocio. Frank era un hombre alto, con barriga cervecera, ojos castaños y cejas pobladas de infinitas canas, un adorable bigote negro como el carbón dormía sobre su labio superior. Un gran tatuaje de un lobo blanco con siete rosas rojas decoraba su amplia espalda Era un hombre muy agradable.
Desde que el sol decidió esconder sus majestuosos rayos anaranjados hasta que aparecieron los primeros indicios de una noche de luna llena, Frank y Emma estuvieron trabajando y charlando sobre música, planes de futuro y demás. Pero el Sr. Gold presenció mayor felicidad en el rostro de Emma cuando comenzó a hablar de un chico con el corazón apesumbrado y las muñecas vendadas.
-No me lo puedo creer Brown – dijo Frank apoyando sus enormes y fornidas manos sobre su mesa de cuentas – Te has enamorado, y mucho por lo que puedo observar.

Emma se sonrojó y negó lo innegable. 

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